"El Miedo a Ser Nosotros Mismos"

2002, Revisión 2012

“El miedo a ser nosotros mismos” es una frase que llama a extensas reflexiones.

Existe un consenso universal sobre la necesidad de ser uno mismo, de ser auténtico. El mismo consenso parece haber con respecto a que muy frecuentemente no lo somos. Y se repite también, en forma universalmente generalizada, que no lo logramos por miedo, miedo a ser nosotros mismos. Tan frecuente son estas afirmaciones, que casi parecen un cliché, que de tanto repetirlo, ha perdido significado, como si por el uso se hubiera desgastado.

Con todo, de tanto en tanto, alguna persona, por sus opiniones y su actuar nos parece muy auténtica y decimos “este sí que es real, este es auténtico” y tenemos la molesta sensación de que él es “si mismo” y que nosotros no lo somos.

Puede ser complejo este imperativo, esta necesidad de autenticidad. Pero es vital en cuanto importa un compromiso de base, a conciencia con nuestro devenir diario y nuestra perspectiva del mundo, que en el fondo es la historia. Pero no la historia de enciclopedia, sino la historia real, aquella que se entrelaza y asumimos día a día en nuestra cotidianeidad. Aquella historia de la cual, entrelazada con múltiples otras historias, nos hacemos cargo aunque nos pese, pues en ella nos realizamos (consumamos) en nuestra vida. De este compromiso de autenticidad tenemos miedo.



¿Pero, por qué este miedo a ser auténticos, a ser nosotros mismos?

Porque tenemos un criterio ascensional (R. Kusch) profundamente arraigado en nuestro ser de cultura occidental. En nuestras sociedades ciudadanas impera este criterio ascensional que nos obliga a ser más, en el sentido de destacarnos y sobresalir en nuestras actividades, nos obliga a tener más títulos, reconocimientos, dinero, poder y figuración social. En definitiva, nos obliga a “ser alguien”. Solo siendo alguien seremos respetados por nuestros pares. Si no somos alguien, pasaremos inadvertidos, no seremos nada, será como si careciéramos de humanidad, como si nuestro ser mismo se desvaneciera en la nada, y nuestro destino en la vida, nuestro devenir cotidiano y su consumación en el tiempo y la historia serán nulos, sin valor.

Así, ocurre que nuestro ser auténtico se va cubriendo poco a poco de miedos sobre miedos, miedo a perder nuestros ascensos, a perder reconocimiento, a no alcanzar una meta profesional, a no poder adquirir ciertos bienes. Desde temprana edad en nuestras vidas, vamos adhiriendo a la necesidad de “ser alguien” y si no somos lo suficientemente fuertes terminaremos en fieles adoradores de ídolos falsos: el dinero, la moda, los lujos, el poder, lo “políticamente correcto”, las apariencias, etc. Todas estas son externalidades que nos identifican como “alguien” ante los ojos de los demás. Somos alguien en tanto mostramos o aparentamos, fuera de nosotros mismos “más allá de nuestra piel”, el poseer bienes materiales, poder, títulos o prebendas, elementos válidos para el criterio ascensional de nuestra cultura.

Así pues, el miedo a ser uno mismo, es el miedo a no tener nada bajo la pintura falsa de nuestras externalidades. Es el miedo a perder todo aquello que es reconocido como de valor para ser alguien. Es el miedo a no ser nada.



No estoy renegando de la sociedad y sus normas, del trabajo y sus beneficios, de aquellos bienes materiales que facilitan el diario vivir, la educación, las comunicaciones, la salud, y no quiero prejuzgar en todos el criterio ascensional que impediría a todo ciudadano ser auténticamente “alguien”, de la posibilidad del hombre por ser auténtico. Si reniego de la esclavitud irracional impuesta por nuestros miedos y de la idolatría por el criterio ascensional que nos obliga a la adquisición sin medida de externalidades que supuestamente serían los únicos avales para nuestro “ser alguien”.

Más aún, no debemos dejar de reconocer los esfuerzos de quienes logran ser auténticos. Y debe haber seres auténticos y realizados, porque la autenticidad, como hemos dicho, es un imperativo, una necesidad de vida relacionada con nuestro asumir la historia e intentar resolverla en nuestra cotidianeidad. En cierta forma es transferir a nuestra cotidianeidad el sentido de la historia.

El que es auténtico brilla con luz propia, es reconocido en su grupo social por sus cualidades verdaderas y no por sus externalidades. Este ser, reconocido como auténtico ha eliminado uno a uno sus miedos, ha eliminado la pintura falsa de las externalidades y ha hecho aparecer desde lo más profundo, ha externalizado, sus valores auténticos y su compromiso en el día a día hacia su consumación (realización), llegando a ser estos valores y su vida de compromiso, aquello que ante los demás le permite ser reconocido como una persona que “es alguien”.



FGC.